Con la llegada del confinamiento, de la noche a la mañana nada se podía hacer presencial, todo debía ser a través aplicaciones, de pantallas. De la tecnología. No solo hablamos del trabajo y las gestiones del día a día. Las relaciones interpersonales quedaron atrapadas entre pantallas y, en muchos casos, las personas mayores aprendieron, les enseñaron, o bien se quedaron incomunicadas.
Las nuevas tecnologías avanzan rápidamente y, sin duda, aportan grandes beneficios a la sociedad: la oportunidad que supone el teletrabajo para la conciliación familiar, la posibilidad de relacionarnos con ciudadanos de todo el mundo, la rapidez de ciertas gestiones sin necesidad de presencialidad… Sin embargo, corremos el riesgo de que estas tecnologías dejen a parte de la población al margen, y las personas mayores están entre las más vulnerables al respecto de la brecha digital. Nuestro deber como sociedad es garantizar la igualdad de derechos y oportunidades para toda la ciudadanía.
La relevancia de la acción social para hacer frente a la brecha digital
Recientemente escuchábamos en los medios el caso de Carlos San Juan, creador de la campaña “Soy mayor, no idiota” que puso a los bancos entre las cuerdas y consiguió que estos iniciaran un proceso de accesibilidad de sus servicios a todos sus clientes y no solo a los adaptados a la sociedad digital.
En este contexto la brecha digital en las personas mayores se hace particularmente patente. Esta brecha digital separa a las generaciones según su grado de familiaridad con las nuevas tecnologías. Es decir, por una parte están aquellas que las han conocido en etapas vitales de aprendizaje y las han incorporado con facilidad a su día a día. Por otra parte, las generaciones más mayores, que han vivido la aparición de las nuevas tecnologías en los últimos años de sus carreras laborales o incluso en la jubilación, etapas en las que la incorporación de ciertos aprendizajes al día a día resulta más costosa o incluso imposible en algunos casos.
La brecha digital en las personas mayores engloba diferentes problemáticas:
- Por un lado, tenemos el acceso a las nuevas tecnologías. No todo el mundo tiene equipamiento tecnológico en casa y, si deciden comprarlo, a menos que una persona cercana les asesore, muchas personas se encuentran perdidas y sin el conocimiento necesario para tomar una decisión.
- Por otro lado, las habilidades tecnológicas. A pesar de que cada vez son más frecuentes los cursos de nuevas tecnologías para personas mayores, sigue sin haber los suficientes para dotar de conocimientos a todas estas generaciones y, en el caso de las zonas rurales y poco pobladas, el acceso a estos cursos es aún más difícil.
- Y, finalmente, la accesibilidad de las propias tecnologías. Más allá de los esfuerzos de las personas mayores por incorporarse a la sociedad digital, hace falta que las tecnologías estén adaptadas a sus capacidades y posibilidades.
El impacto de la brecha digital en la autonomía y el bienestar de las personas mayores
Todo esto nos lleva a hablar de la autonomía, una facultad imprescindible para el bienestar de todas las personas. En muchas ocasiones, las nuevas tecnologías abocan a las personas mayores a una nueva forma de dependencia, pues necesitan la ayuda constante de terceras personas para participar y desenvolverse en una gran variedad de actividades, desde la adquisición de nuevos aparatos tecnológicos, hasta el saber usarlos e incluso el mantenerlos con los problemas que con su uso puedan surgir.
El desarrollo y aplicación de nuevas tecnologías está también cada vez más presente en el ámbito asistencial, desarrollándose sistemas digitales y telemáticos dirigidos a acercar información, recursos y servicios al entorno domiciliario de las personas que los precisan, con el objetivo de llegar al máximo número posible de beneficiarios y mejorar así su calidad de vida.
Un ejemplo está en la puesta en marcha del programa psicoeducativo online para dar orientación y apoyo a las personas cuidadoras de un familiar con Alzheimer. Este tipo de iniciativas son cada vez más necesarias, pero, si no se acompañan de una actuación integral para favorecer la accesibilidad digital de las personas mayores, muchas de ellas quedan inevitablemente excluidas de sus potenciales beneficios y se acentúa la brecha digital en las personas mayores.
Estefanía de Régil, Coordinación de emancipaTIC