La gestión del día a día de una persona con enfermedad de Alzheimer supone un desafío para el bienestar emocional de quienes cuidan. Aprender técnicas de relajación y respiración puede ser muy útil para controlar la ansiedad que generan algunas situaciones y puede ayudarnos a minimizar su impacto en nuestra salud.
El objetivo de estas técnicas, como las de respiración controlada, es reducir la activación general de nuestro organismo, lo que resulta muy placentero y aporta beneficios a nuestra salud física y psicológica. En este artículo abordamos esta cuestión con mayor profundidad.
Las situaciones que debe afrontar quien cuida de una persona con Alzheimer cambian de manera constante, pero a ello se le une la incertidumbre de no saber lo que puede ocurrir en el futuro. Ambas situaciones pueden propiciar sensación de falta de control e inseguridad, aspectos que son fuente de ansiedad para las personas que cuidan.
La respiración está directamente relacionada con la activación fisiológica y con las reacciones de ansiedad. Cuando en nuestro organismo se activa un nivel de alerta considerable, tendemos a hiperventilar, bien sea por hacer respiraciones cortas y demasiado rápidas o, al contrario, demasiado profundas y tomando grandes bocanadas de aire. En ambos casos, respiramos más oxígeno del que necesitamos y es cuando aparecen sensaciones desagradables, como mareo, sensación de ahogo, visión borrosa, palpitaciones, hormigueo...
Para disminuir los niveles de alerta ante determinadas situaciones, resulta muy útil aprender e integrar en el día a día formas de respiración controlada. Si prestamos atención a nuestra respiración, favoreceremos también la relajación y la funcionalidad de la musculatura, disminuyendo contracturas y dolores derivados de posturas inadecuadas o de falta de conciencia sobre cómo estamos respirando.
Uno de los músculos más importantes en la respiración es el diafragma, que está ubicado justo debajo de los pulmones. Cuando hacemos descender este músculo con la entrada de aire, ampliamos la capacidad pulmonar y movilizamos otros músculos adyacentes. Después, cuando expulsamos el aire, el diafragma se relaja, volviendo a su posición original. Si no somos conscientes de este proceso, tendemos a respirar de manera superficial, con un mínimo movimiento del diafragma y de los músculos de la zona torácica.
Una primera técnica básica de relajación es la que tiene que ver con la práctica de la respiración profunda o diafragmática. Es una técnica que, con un mínimo esfuerzo muscular, permite maximizar la capacidad pulmonar y favorece una óptima oxigenación sanguínea.
Para llevarla a cabo hay que hacer lo siguiente:
Se trata de hacerlo como si tuviéramos un globo en la barriga. Al inspirar haremos llegar el aire hasta la base de los pulmones, inflando la barriga. Al espirar, sacaremos el aire y la barriga volverá a su posición. Estos son los pasos a seguir:
Es importante familiarizarse con esta forma de respirar para dominarla y poder recurrir a ella en distintos momentos del día. De esta manera será más fácil realizarla cuando lo necesitemos. Nos daremos cuenta que la podemos poner en práctica en el autobús, en la sala de espera del médico, en la cama, en el sofá... De esta manera será más fácil realizarla cuando lo necesitemos.
Si nos encontramos en un estado de ansiedad elevado y empezamos a hiperventilar o, simplemente, notamos un elevado nivel de intranquilidad, aplicando esta técnica de respiración las sensaciones desagradables disminuirán, o incluso pueden desaparecer del todo. De esta forma, será más fácil recuperar la serenidad necesaria para pensar más claramente y actuar con eficacia ante una situación complicada o imprevista.