Tras años de investigación, se descubre que el efecto protector de la grasa de ballena y de foca frente al infarto de miocardio en la población Inuit se debe a su alto contenido en ácidos grasos omega-3. Su nombre se debe a una estructura química que comparten todas las grasas de esta familia.
Se halla en abundancia en el pescado azul (más graso, como el salmón, el atún, la sardina o el arenque), pero no tanto en el pescado blanco (menos graso, como el bacalao, rape, lenguado o la merluza). A pesar de que algunos pescados y los mamíferos marinos contienen grandes cantidades de omega-3, estos no lo sintetizan. Los responsables reales de sintetizarlo son pequeñas microalgas, y también un tipo de plancton (micro-organismos marinos).
Por lo tanto, tanto los peces como las ballenas lo que hacen es acumular el omega-3 que procede de su dieta. Desde entonces, los omega-3 de origen marino han sido ampliamente estudiados en el campo de la salud cardiovascular, hasta el punto de que la American Heart Association (la Asociación Americana del Corazón) recomienda el consumo de dos raciones de pescado (a poder ser azul) por semana.
Alimentación y Alzheimer: de la salud cardiovascular a la salud cerebral
Desde hace unos años, sabemos que muchos de los hábitos y factores que favorecen la salud cardiovascular también favorecen la salud de nuestro cerebro. Y ahí, destaca Sala-Vila, hay un omega-3 que nos interesa. Un ácido graso de nombre casi impronunciable; el ácido docosahexaenoico, también llamado DHA. Este omega-3 es muy interesante en relación con lo que nos atañe:
- En primer lugar, porque se acumula en nuestro cerebro incluso antes de nacer. En el tercer trimestre de gestación, existe una gran demanda por parte del feto de este ácido graso, que mayormente se dirige al cerebro y a la retina. Por este motivo, los mamíferos hemos desarrollado un mecanismo de transporte preferencial a través de la placenta.
- En segundo lugar, nos interesa porque en múltiples estudios realizados con donantes de cerebro, se ha observado que los niveles cerebrales de DHA son menores en personas con Alzheimer que en personas sanas.
- Finalmente, nos interesa porque gracias a la investigación experimental (con células en cultivo y modelos animales), hemos visto que añadir DHA a la dieta mejora algunos rasgos característicos de la enfermedad de Alzheimer, como el de la agregación de beta-amiloide. Además de favorecer una correcta circulación cerebral, el DHA reduce la neuroinflamación.
En consonancia con estos tres puntos, algunos estudios epidemiológicos han descrito que aquellas personas que dicen incluir el pescado azul en su dieta habitual reducen de forma significativa el riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer. Pero de esta observación no se puede inferir una relación directa causa-efecto. Es decir, no podemos decir que el pescado (o la ingesta de DHA) sea el causante del menor riesgo de padecer la enfermedad. Por ejemplo, aquellos que consumen más pescado probablemente también tienen otros hábitos de vida saludables que contribuyen a reducir el riesgo.
Hay que seguir investigando sobre los omega-3, la alimentación y el Alzheimer
Para establecer causalidad, hacen falta ensayos clínicos basados en suplementos a base de DHA. Hasta la fecha, indica el Dr. Sala-Vila, no tenemos ensayos de este tipo en relación con la prevención primaria de la enfermedad de Alzheimer. En otras palabras, todavía no podemos saber si el consumo diario de DHA reduce el riesgo de padecer Alzheimer en comparación a si no lo consumimos. Debemos tener en cuenta que se trata de una enfermedad de evolución lenta, cuyos mecanismos estamos empezando a comprender.
Por el momento, los estudios más ambiciosos se han llevado a cabo para ver si tras recibir suplementos dietéticos con DHA durante dos años, se observa menor caída de la función cognitiva en comparación con los participantes no suplementados. A pesar de que había motivos para ser optimista, los resultados no han sido todo lo exitosos que se esperaba. Ello nos lleva a hacer una pausa en el camino, no para abandonar, sino para reflexionar sobre los puntos en los que podemos haber fallado.
Uno de los puntos más críticos es identificar qué población puede sacar mayor beneficio de la suplementación con DHA como herramienta de protección frente a la enfermedad de Alzheimer. Sala-Vila advierte que quedan muchas preguntas por resolver, entre ellas:
- Si ya ha empezado el declive cognitivo, ¿es demasiado tarde?
- Si nos centramos en población sana, ¿a qué edad empezar a suplementar?
- ¿Tendrá algún efecto la suplementación con DHA en las personas que ya consumen dos o más raciones de pescado azul por semana?
- ¿La suplementación será más efectiva en personas que tienen mayor riesgo de sufrir la enfermedad, sea por factores genéticos o de otro tipo?
Tener respuesta a estas preguntas nos permitirá mejorar el diseño de futuros estudios, un objetivo que encaja en la medicina de precisión, también llamada "medicina personalizada" o "medicina genómica", una forma de guiar la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de enfermedades basadas en los genes individuales de una persona, su medio ambiente y su estilo de vida.