Seguramente sería insoportable y no resultaría efectivo cuando en algún momento quisiéramos recuperar una información concreta. No obstante, a veces, la razón del aparente olvido es en realidad un despiste o un lapsus de atención.
En este artículo profundizamos en la relación entre memoria y olvido y sobre la influencia de la atención en los lapsus y despistes cotidianos.
Memoria y olvido: teorías del olvido
Sabemos que el olvido es necesario, pero, en realidad, lo que nos preocupa es olvidar cosas que consideramos importantes y que nos resultan útiles para nuestra vida cotidiana. A medida que envejecemos, el funcionamiento de nuestro cerebro va variando y no tenemos exactamente las mismas capacidades que de jóvenes. Pero esto no significa que algo vaya mal.
No hay nada extraño en olvidar de manera ocasional fechas señaladas o cometer errores puntuales en actividades rutinarias. Nos pasa a todos. No debemos preocuparnos si somos plenamente conscientes de ello y no supone un problema para el desarrollo normal de nuestras actividades cotidianas.
Pero, ¿por qué se producen estos olvidos? Hay diferentes teorías del olvido y aproximaciones científicas que lo explican. Estas son las principales:
- El fracaso al evocar
- La interferencia
- El fracaso en el registro o la codificación
- El olvido motivado
1. El fracaso al evocar
Probablemente todo el mundo haya tenido alguna vez la sensación de que algún dato se ha evaporado de su memoria o, la certeza de saber algo, pero no ser capaz de recuperarlo. Esto pasa como consecuencia de un fallo a la hora de evocar o recuperar la información.
Una teoría del olvido que explica por qué sucede esto es la teoría del decaimiento. Según esta, cada vez que se aprende algo se crea un nuevo trazo mnésico (de memoria) que, si no se evoca ni es recreado durante mucho tiempo, decae, se debilita y puede llegar a desaparecer, con la consecuente pérdida de información. Esto puede pasar, por ejemplo, cuando queremos hacer alguna operación matemática que nos resultaba fácil cuando éramos pequeños (una raíz cuadrada, una regla de tres, etcétera) o recitar los afluentes de un río.
Cuando hace mucho tiempo que no se recupera o no se practica una información, puede ser muy difícil, e incluso imposible, evocarla de una manera efectiva. Eso sí, si queremos reaprender esta información, como ya la adquirimos previamente, normalmente nos resultará más fácil que la primera vez.
De todos modos, esta teoría tiene sus limitaciones, ya que también se ha demostrado que algunas informaciones que no se han recordado ni evocado durante mucho tiempo, pueden mantenerse estables a largo plazo.
A veces, el fracaso a la hora de evocar la información de la memoria se puede deber a problemas o situaciones momentáneas. Por ejemplo, si estamos muy nerviosos, estresados o preocupados por alguna cosa, el acceso a la información se puede bloquear. Probablemente en otro momento más tranquilo y calmado la información se pueda recuperar con más facilidad.
2. La interferencia
Esta teoría sugiere que algunas memorias compiten e interfieren entre sí. Cuando algunas informaciones son muy parecidas, es fácil que haya interferencias entre ellas y que se produzcan confusiones.
Esto pasa cuando una información antigua que tenemos almacenada nos dificulta recordar datos más recientes, como cuando se aprende un idioma nuevo o se evocan palabras de otra lengua que se domina. En este caso se trata de una interferencia proactiva.
Asimismo, se produce interferencia cuando el registro de una información nueva interfiere en la capacidad para recordar una información que ya habíamos aprendido. Por ejemplo, cuando nos hemos familiarizado con el manejo de un nuevo modelo de teléfono móvil y un día necesitamos usar el antiguo, nos cuesta recordar cómo se utilizaba. Este es un ejemplo de interferencia retroactiva.
3. El fracaso en el registro o la codificación
A veces creemos que hemos olvidado una información que, en realidad, nunca llegó a formar parte de la memoria a largo plazo. Es lo que ocurre cuando, en el momento de registrarla, no hemos prestado suficiente atención, bien porque algo nos ha distraído o porque la información que nos daban no nos interesaba o nos motivaba lo suficiente. Para que una información pueda registrarse adecuadamente, conviene asegurar que los sentidos y la atención estén bien activos.
4. El olvido motivado
Otras veces y aunque sea de una manera inconsciente, participamos activamente en el olvido de algunos hechos, sobre todo los de naturaleza traumática o perturbadora. De este modo, intentamos evitar o minimizar el impacto emocional negativo que puedan tener.
En el campo de la psicoterapia, a veces se trabaja para recuperar estas formas de supresión o represión de memorias para poder tratar los síntomas psicológicos asociados a situaciones traumáticas o especialmente desagradables que se han vivido.
Lapsus cotidianos: ¿fallo de memoria o de atención?
Seguramente nos resultarán familiares situaciones como ir a una habitación de la casa con la intención de hacer algo y, de repente, darnos cuenta de estar haciendo otra cosa sin haber hecho lo que se pretendía, o estar recogiendo la mesa y poner la servilleta en el lavaplatos o un plato sucio en la nevera.
Todos nos despistamos en más de una ocasión y somos víctimas de nuestras propias distracciones. No obstante, esto no quiere decir necesariamente que nos falle la memoria o estemos sufriendo un problema cognitivo. Normalmente son lapsus cotidianos.
Los lapsus suelen suceder cuando tenemos las tareas muy aprendidas y que, en un grado muy alto, las tenemos automatizadas. Pueden suceder también, cuando estamos preocupados, distraídos o tenemos pensamientos que nos abstraen, como por ejemplo pensar en alguna cosa que debemos hacer el día siguiente.
En realidad, los lapsus responden a una disminución de la atención en el momento de llevar a cabo determinadas acciones, y no a un problema de memoria.
En algunos casos se producen intrusiones de otras acciones habituales que comparten algunas características con la acción inicial. O bien son consecuencia de la costumbre, aunque nuestra voluntad era hacerlo de forma distinta. Es más habitual que surjan este tipo de intrusiones cuando:
- Queremos modificar una rutina. Por ejemplo, hemos tomado la decisión de aumentar nuestra actividad física y bajar del autobús una parada antes para hacer el último tramo hasta casa andando. En muchas ocasiones, cuando nos damos cuenta, hemos perdido la oportunidad de hacerlo porque ya estamos llegando a la parada de siempre.
- La situación ha cambiado y exige modificar la rutina habitual. Por ejemplo, el sistema de seguridad del ordenador nos obliga a cambiar la contraseña de acceso y, de vez en cuando, intentamos entrar con la antigua, sin entender por qué no lo conseguimos.
- La situación comparte características con otra muy familiar. Por ejemplo, frente a la entrada de un parking público, por un instante, intentamos abrir la barrera con el mando del parking de casa.
Otros tipos de lapsus:
- Alteración de una secuencia. Se refiere al hecho de “perdernos” en una secuencia más o menos automatizada. Por ejemplo, estamos cocinando y suena el teléfono. Contestamos. Cuando volvemos a la cocina, no estamos seguros de si ya habíamos añadido la sal o no.
- Mezclar secuencias. Cuando nos confundimos con dos tareas que, de un modo u otro, hacemos simultáneamente. Por ejemplo, tenemos prisa en salir de casa pero antes tenemos que guardar un medicamento en la nevera y poner las gafas de sol en el bolso. Puede pasar que, con las prisas, pongamos el medicamento en el bolso y las gafas en la nevera.
- Invertir secuencias. Volvemos a confundirnos, pero en este caso en el orden de realización de una secuencia. Por ejemplo, nos duchamos por la mañana y seguidamente nos lavamos los dientes, entonces nos damos cuenta de que todavía no hemos desayunado.
¿Cómo evitar los lapsus o despistes?
Parece lógico pensar que, para minimizar la incidencia de estos lapsus tenemos que prestar más atención a aquello que hacemos, pero si tenemos en cuenta que una de las grandes ventajas de las secuencias de acción rutinaria es, precisamente, la liberación de la mente de la necesidad o del esfuerzo expreso de atención, entonces no parece la mejor recomendación.
De todos modos, si somos propensos a cometer estos lapsus podríamos valernos de algunas estrategias, como las que proponemos a continuación.
Un primer paso esencial es concienciarnos de cuáles son las situaciones o circunstancias en las que más a menudo tenemos este tipo de lapsus. En cuanto las tengamos identificadas, podemos:
- Decidir si los lapsus pueden conducir a errores o negligencias importantes o no. Si no es así, no debemos preocuparnos demasiado, incluso tomarlo con cierta dosis de humor.
- Hacer un esfuerzo deliberado por prestar atención cuando se trate de algo importante. Por ejemplo, si sabemos que a menudo, cuando ya estamos en la calle, nos damos cuenta que nos hemos dejado el monedero, procuremos dejarlo en un lugar concreto que reduzca la posibilidad de que esto suceda. Podemos, por ejemplo, adquirir el hábito de guardarlo en el bolso o en el bolsillo de la chaqueta o ponerlo junto a las llaves de casa.
- Utilizar algo como señal para indicar que ya se ha realizado una acción o para que nos sirva de indicador sobre el momento de la secuencia en la que nos encontramos. Si retomamos el ejemplo de la receta de cocina, una idea puede ser colocar los ingredientes que ya hemos usado en una zona determinada de la encimera. De este modo, si vemos la sal en ese espacio significa que ya la hemos añadido.
Es importante ver que existe una diferencia entre los fallos de memoria en tareas cotidianas debidos a lapsus de atención y las dificultades derivadas de problemas de memoria.
Tanto el olvido como los lapsus o despistes, pues, forman parte del funcionamiento cotidiano normal. Si los lapsus se convierten en demasiado frecuentes, junto a olvidos reiterados o, en definitiva, aparecen problemas de memoria que supongan un cambio relevante respecto a cómo hemos rendido siempre, o interfieran en el desarrollo de las tareas cotidianas, y no se atribuya la causa a un momento de estrés o circunstancias pasajeras, se aconseja pedir la opinión de un profesional por si fueran señales de alerta.
Publicado originalmente el 7 de noviembre de 2018, actualizado el 29 de mayo de 2023.