La acetilcolina es un neurotransmisor clave para muchos procesos cognitivos, fundamentalmente, la memoria y el aprendizaje, pero también otros, como la atención y el procesamiento de información. Las neuronas que contienen acetilcolina se llaman colinérgicas y están distribuidas ampliamente en el cerebro.
En los cerebros de las personas que padecen Alzheimer los niveles de acetilcolina son particularmente bajos, entre otras cosas, porque las sinapsis colinérgicas se ven especialmente afectadas por la toxicidad de las placas de beta-amiloide y los ovillos neurofibrilares, unos de los principales hechos neuropatológicos que suceden en esta enfermedad.
Hay una enzima (un tipo de sustancia que participa en procesos químicos del organismo), llamada colinesterasa, que descompone o elimina la acetilcolina restante en las sinapsis en un proceso normal. Pero, como en el caso del Alzheimer, las neuronas y sinapsis colinérgicas se ven particularmente afectadas, cuanta menos acetilcolina se degrade o elimine, mejor. Y aquí es donde intervienen los fármacos llamados inhibidores de la colinesterasa, que frenan la acción de esta enzima para que se mantengan los máximos niveles de acetilcolina y favorecer la comunicación entre neuronas.
Fármacos inhibidores de la colinesterasa: donepezilo, galantamina y rivastigmina
Dado que los inhibidores de la colinesterasa permiten mayores niveles de acetilcolina en el espacio sináptico, se favorecen los mecanismos implicados en la memoria y otros síntomas cognitivos, promoviendo cierto control en los síntomas de la enfermedad de Alzheimer y una mayor calidad de vida, tanto de quienes la padecen como de quienes se ocupan de su atención y cuidado.
Existen tres fármacos del grupo de los inhibidores de la colinesterasa, aprobados específicamente para el tratamiento de la enfermedad de Alzheimer (aunque alguno de ellos también pueda emplearse en el tratamiento de demencias por otras causas): el donepezilo, la galantamina y la rivastigmina. Estos son los nombres genéricos, es decir, de los principios activos, aunque tienen distintos nombres comerciales.
Cada fármaco cuenta además con distintas formas de presentación:
- El donepezilo existe en forma de comprimidos clásicos y de comprimidos bucodispersables (que se deshacen en la boca).
- La rivastigmina se fabrica en parches, en cápsulas y en solución oral.
- La galantamina se presenta en cápsulas y en solución oral.
El estado global de la persona con Alzheimer, junto con otros criterios médicos, serán los datos que tendrá en cuenta el especialista para indicar uno u otro fármaco y una u otra forma de presentación.
¿Qué efecto producen estos fármacos?
No todas las personas reaccionan igual a los inhibidores de la colinesterasa, ni en cuanto a la tolerancia ni en cuanto al impacto beneficioso de sus efectos. La instauración de la dosis de cualquiera de estos fármacos es progresiva para minimizar posibles reacciones adversas y es el especialista de referencia el que indicará las pautas a seguir.
Como todos los fármacos, estos también pueden tener efectos secundarios. Los más frecuentes son de tipo gastrointestinal, como náuseas, diarrea o pérdida de apetito que, aunque suelen ser pasajeros, a veces pueden obligar a suspender el tratamiento y, tal vez, probar con otro de los fármacos del mismo grupo.
Otros posibles efectos secundarios, menos frecuentes, pueden incluir dolor de cabeza, alteración del sueño, calambres o variaciones en la conducta, por ejemplo. Es fundamental informarse bien en la visita médica de qué efectos secundarios pueden aparecer y comunicar al profesional cualquier efecto difícil de tolerar o persistente.
A priori, no hay forma de saber cómo responderá cada persona a cada fármaco. Lo primero será comprobar la tolerancia, es decir, que si aparecen efectos secundarios sean pasajeros y manejables.
Respecto al efecto en los síntomas de la enfermedad, hay quienes refieren que perciben en su familiar con Alzheimer (o la propia persona afectada en sí misma) cierta mejoría en algunos aspectos cognitivos, como la capacidad de concentración o la memoria, conductuales, o mejor rendimiento y autonomía en las actividades cotidianas.
En algunos casos se nota un cambio más o menos inmediato mientras que, en otros, se da a más largo plazo o, incluso apreciándose poco la mejoría, aparentemente se ralentiza la evolución de los síntomas. Por eso, una vez instaurada la medicación, se deben realizar unas visitas de seguimiento, tanto para evaluar los posibles efectos secundarios como los beneficios del tratamiento y el mantenimiento del mismo.
Recordemos que los tratamientos para la enfermedad de Alzheimer son sintomáticos y que su beneficio terapéutico es limitado. Se cree que la pérdida de las neuronas colinérgicas es más un efecto de la propia enfermedad que una de sus causas, y hay otros neurotransmisores que también se ven afectados en este proceso neuropatológico.
Los fármacos dirigidos a paliar los síntomas de la enfermedad de Alzheimer, como es el caso del donepezilo, la rivastigmina, la galantamina y la memantina, además de ser dispensados solo bajo receta médica, únicamente deben administrarse siguiendo las indicaciones dadas por el neurólogo o especialista de referencia de cada persona.