Los efectos de la música en el cerebro explicados desde la neurociencia
La música está presente en el día a día de todas las culturas. Desde pequeños estamos expuestos a ella hasta tal punto que es esencial en muchos aspectos de nuestras vidas, incluso sin darnos cuenta de ello. Pero ¿hasta qué punto nos da forma como seres humanos?
Carlota Pagès Portabella, doctora en neurociencia cognitiva, desentraña el misterio de los efectos de la música en el cerebro en este artículo.
Origen y evolución de la música
La música ha evolucionado con los humanos desde hace 200.000 años, cuando se cree que la música y el lenguaje surgieron de un “antepasado común” (probablemente basado en gruñidos con entonación). Sin embargo, no fue hasta hace 35.000 años que empezamos a usar instrumentos (como flautas hechas con hueso1).
La función adaptativa de la música está en constante debate, pero tenemos claras algunas cosas: ayudaba a fortalecer lazos sociales y la cooperación gracias a la sincronización de movimientos y emociones durante actividades comunales o rituales. El vínculo social influía en la atracción de posibles parejas o entre madres y bebés a través de las nanas.
Música a través de las culturas
La música está presente en todas las culturas. Aunque cada cultura haya desarrollado su propio lenguaje musical, todos tenemos una circuitería cerebral común que determina los aspectos musicales universales. Por eso, hay códigos comunes en circunstancias sociales: las emociones expresadas en las canciones con función social (como las nanas, canciones de sanación o de expresión de amor) son reconocidas en todas las culturas2,
El aprendizaje musical es implícito
Al igual que la lengua materna, el conocimiento musical propio de nuestra cultura lo adquirimos gracias a una combinación de genética y ambiente.
Los seres humanos tenemos una capacidad excepcional para el aprendizaje implícito: mediante la simple exposición a los estímulos que nos rodean somos capaces de “ver patrones dentro del ruido”. Incluso la exposición mínima que recibimos durante la gestación es suficiente para que, al nacer, tengamos preferencia por aquellos estímulos que reconocemos del útero materno. Y, con la progresiva exposición al contexto musical propio, reforzamos aquello que escuchamos más, adquiriendo así el conocimiento musical propio de nuestra cultura3.
Técnicas de investigación para estudiar los efectos de la música en el cerebro
Además de la antropología y musicología, la psicología y la neurociencia nos permiten investigar en profundidad los efectos de la música en el cerebro, es decir, qué ocurre en nuestro cerebro al experimentar la música (ya sea tocando, bailando o, simplemente, escuchándola). La neurociencia se beneficia de diferentes técnicas conductuales y de neuroimagen, entre otras.
Por ejemplo, algunos estudios permiten determinar la preferencia por un estímulo musical u otro (a través de cuestionarios verbales), la capacidad innata de distinguir ciertas propiedades musicales (o través de la medición del tiempo de reacción) o, incluso, la capacidad de reconocer las emociones básicas representadas en la música occidental en miembros de tribus amazónicas aisladas (a través de la asociación con expresiones faciales).
También es posible medir la actividad cerebral en respuesta a estímulos musicales. Por ejemplo, la resonancia magnética funcional (o fMRI) revela con detalle qué áreas del cerebro están más activas y cómo se comunican entre ellas. La electroencefalografía (o EEG), en cambio, revela los cambios de actividad y es especialmente útil para entender cómo se despliegan los procesos de percepción una vez la música llega al cerebro. Pero ¿cómo llega la música al cerebro?
Viaje de la música en el cerebro
La percepción musical es un viaje desde el oído externo hasta el cerebro. Empieza en el tímpano, donde se recogen las vibraciones del sonido y la cóclea (una estructura del oído interno) las convierte en impulsos eléctricos. Las neuronas de la cóclea están organizadas como un piano: las primeras neuronas responden a las notas graves y las últimas responden a notas agudas. Esta información organizada se manda a través del nervio auditivo hasta el lóbulo temporal, donde está la corteza auditiva.
En la corteza auditiva se interpreta la información sobre la nota, el volumen y la duración de cada sonido, así como aspectos más complejos, como melodías y ritmos. A continuación, la información se manda a diversas áreas del cerebro para procesar otros aspectos de la experiencia musical. Por ejemplo, diferentes áreas de la corteza frontal y temporal procesan la estructura sintáctica de la música (importante para su comprensión), la semántica musical (importante para el reconocimiento de melodías familiares) o el procesamiento de la letra.
Las áreas motoras se activan al escuchar música y bailar, y son esenciales para tocar y para practicar un instrumento mentalmente (algo muy común en músicos instrumentistas)4.
Música y emociones son inseparables
Todos distinguimos de forma intuitiva la música “triste” de la música “alegre”, ¿verdad? Esto es porque los compositores son capaces de utilizar diferentes recursos musicales para transmitir emociones. Sin embargo, la música es capaz de evocar reacciones estéticas aún más complejas y multifacéticas (difíciles de describir y muy diferentes de las emociones “cotidianas”). Estas emociones están muy influenciadas por nuestras experiencias pasadas y preferencias personales5.
Lo más fascinante es que, cuanto más se parezca la emoción que nos evoca una canción a la emoción que el autor quería transmitir, mayor es el placer que experimentamos, ya que nos remite a un lazo social. Es por esta razón que podemos experimentar placer al escuchar música “triste”.
El placer que experimentamos al escuchar música está gobernado por el circuito de recompensa de nuestro cerebro y su efecto en el sistema nervioso autónomo. Este circuito no es sencillo: una parte analiza las sensaciones placenteras o desagradables que nos evocan las propiedades físicas de la música. La liberación de dopamina (el famoso neurotransmisor del placer) causa la sensación de “piel de gallina”, pero también regula las respuestas de relajación ante música calmada (baja la frecuencia cardíaca y la presión arterial).
La otra parte del circuito compara todas estas sensaciones con nuestras preferencias personales. Este control lo ejercen zonas de la corteza prefrontal, conocida por controlar la atención y las funciones ejecutivas (como la toma de decisiones y la regulación emocional). Es en la corteza prefrontal donde se da la toma de consciencia sobre nuestras propias sensaciones, ya sean placenteras o desagradables6.
Efectos de la música en el cerebro: exposición diaria y entrenamiento
¿La exposición musical tiene algún efecto sobre las capacidades intelectuales? Muchos libros y blogs sobre maternidad afirman que es beneficioso exponer a los bebés a la música de Mozart para su desarrollo intelectual, el llamado “efecto Mozart”. Sin embargo, este fenómeno se cimentó sobre un único estudio que demostró que escuchar 10 minutos de la sonata K.448 de Mozart causaba una mejora temporal (que desaparecía al cabo de 15 minutos) en tareas de planificación espacial (como doblar un mapa para poder guardarlo bien). Parece que el efecto Mozart sería un “efecto colateral”, ya que, casualmente, se utilizan las mismas áreas cerebrales para procesar la música que para doblar mapas7.
Sin embargo, es posible que la exposición a largo plazo sea beneficiosa. De hecho, los beneficios intelectuales del estudio formal de música se han demostrado ampliamente. Numerosos estudios centrados en la infancia muestran que estos beneficios aparecen progresivamente, desde los 3 años y durante la educación primaria. Cuanto antes se inicia y más dure la práctica, más mejoran las habilidades lingüísticas, el cociente intelectual, las funciones ejecutivas, la atención y la memoria. Incluso se ha relacionado directamente el entrenamiento musical con el éxito escolar8.
Efectos de la música en el cerebro y en las capacidades cognitivas de músicos profesionales
Al realizar investigaciones sobre músicos profesionales, se observan cambios perceptivos, cognitivos e, incluso, estructurales y funcionales del cerebro. Por ejemplo:
- Tienen más sensibilidad a los estímulos auditivos en general, por ejemplo, mejor percepción del habla en ambientes ruidosos.
- Suelen tener una mejor memoria de trabajo y capacidad de atención.
- Entienden los conceptos abstractos de la música, al igual que hacemos de forma intuitiva con el lenguaje.
Estos cambios dependen del tipo de entrenamiento recibido: los directores de orquesta poseen un excelente oído espacial, ya que controlan a la vez muchos instrumentos distribuidos por el escenario. Los músicos de jazz están acostumbrados a improvisar, por lo que tienen mayor velocidad de adaptación a lo inesperado. En cambio, los músicos clásicos se entrenan en interpretar sin errores complejas piezas y por tanto reconocen fácilmente cambios casi imperceptibles.
El entrenamiento musical también provoca cambios en la estructura y función del cerebro: se ensancha el cuerpo calloso (que transmite información entre ambos hemisferios) y aumentan la corteza auditiva (encargada de procesar el sonido) y la corteza sensoriomotora (que controla los movimientos necesarios para tocar un instrumento). La actividad cerebral también se vuelve más eficiente, requiriendo así menos recursos.
Ante estas evidencias, una pregunta de investigación aún abierta es: ¿estas mejoras intelectuales son el resultado de predisposiciones innatas que han llevado a estas personas a estudiar música o es puramente el efecto del entrenamiento? Probablemente, es una combinación de las dos cosas: el entrenamiento musical amplificaría una capacidad basada en predisposiciones innatas3.
Aplicaciones de la música en el ámbito de la salud
Actualmente, las aplicaciones terapéuticas de la música reciben mucha atención. Aunque todavía hace falta más investigación, ya hay algunos resultados prometedores sobre los efectos de la música en el cerebro que pueden ser beneficiosos: la música puede disminuir la ansiedad, ya que reduce los niveles de cortisol, la hormona del estrés.
Esto tiene beneficios en personas con Alzheimer, pero también con cáncer, puesto que también regula la percepción del dolor. En afecciones como el ictus o el Parkinson, además de regular el estado de ánimo y la motivación, la música ayuda a la movilidad, a través de pistas rítmicas, y el habla, a través de terapia de entonación musical. Esta terapia ha mostrado potencial para estimular el habla en personas con trastorno del espectro autista y para fomentar la sensación de pertenencia social.
Por otro lado, hay estudios que apuntan al potencial de la música para aliviar los síntomas depresivos, de insomnio o de ansiedad. Es destacable también la utilidad de la música para el autocuidado: tanto puede fomentar la relajación como actuar de estímulo durante el ejercicio físico8, ya que el ritmo enérgico permite la sincronización del movimiento, aumenta la motivación y disminuye la sensación de fatiga9.
En conclusión, escuchar y aprender música impacta en el desarrollo perceptivo y cognitivo, pudiendo mejorar las habilidades intelectuales o impactar positivamente en la salud. Los efectos de la música en el cerebro son indiscutibles.
Carlota Pagès-Portabella, PhD
Doctora en Neurociencia Cognitiva (UPF), investigadora postdoctoral en BrainFocus Labs (UPC), músico con formación en jazz y profesora del Máster en Neuromúsica de NUS Agency y Universidad de Nebrija
Referencias y enlaces de interés
- Conard, et al. (2009). New flutes document the earliest musical tradition in southwestern Germany. Nature. 460 (7256):737-40.
- Mehr, et al. (2019). Universality and diversity in human song. Science. 366 (eaax0868), 1-17.
- Bigand (2003). More about the musical expertise of musically untrained listeners. Annals of the New York Academy of Sciences. 999(1), 304-312.
- McDermott & Oxenham (2008). Music perception, pitch, and the auditory system.
- Current Opinion in Neurobiology, 18(4), 452– 463.Brattico & Pearce (2013). The neuroaesthetics of music. Psychology of Aesthetics, Creativity, and the Arts, 7(1), 48–61.
- Brattico (2015). From pleasure to liking and back: Bottom-up and top-down neural routes to the aesthetic enjoyment of music. Art, Aesthetics, and the Brain. Oxford University Press. (303– 318).
- Rauscher, F., Shaw, G. & Ky, C. (1993). Music and spatial task performance. Nature. 365 (611).
- Pagès-Portabella, C. Referirse a la música como dopaje mental es muy exagerado. Nus Agency: Blog.
- Jespersen, Gebauer, & Vuust (2022). Music interventions in healthcare. White paper. Department of Clinical Medicine - Center for Music In the Brain.
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